Frío. Cuando escuché el poema de Benedetti hacía frío. Y aunque el profesor continuó su explicación yo no podía dejar de pensar que había escuchado el poema más bonito del mundo.
No sé si será por su dulzura, su sencillez, su buena voluntad, el respeto que transmite o esa preciosa y equilibrada necesidad que se atreve a reconocer, pero es el poema más bonito del mundo.
Elegir mi paisaje
Ah si pudiera elegir mi paisaje
elegiría, robaría esta calle,
esta calle recién atardecida
en la que encarnizadamente revivo
y de la que sé con estricta nostalgia
el número y el nombre de sus setenta árboles
Un padrenuestro latinoamericano
Padre nuestro que estás en los cielos
con las golondrinas y los misiles
quiero que vuelvas antes de que olvides
como se llega al sur de Río Grande
Sueldo
Aquella esperanza que cabía en un dedal
evidentemente no cabe en este sobre
con sucios papeles de tantas manos sucias
que me pagan, el lógico, en cada veintinueve
Decir que no
Ver que un día
pobre diablo
ya para siempre pordiosero
poquito a poco
abres la mano
y nunca más
puedes cerrarla
A la izquierda del roble
No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes
pero el Jardín Botánico siempre ha tenido
una agradable propensión a los sueños,
a que los insectos suban por las piernas
y la melancolía baje por los brazos
hasta que uno cierra los puños y la atrapa.
Arco iris
sonríe
y usted nace
asume el mundo
mira
sin mirar
indefensa
desnuda
transparente
Hasta mañana
Voy a cerrar los ojos en voz baja
voy a meterme a tientas en el sueño.
En este instante el odio no trabaja
para la muerte, que es su pobre dueño